Confianza, seguridad, autonomía y salud son valores muy apreciados en nuestro tiempo. Se educa a la niñez para ello y se predica, para luego estampar esa palabrería en la realidad: ciudades enfermas y hostiles.
Las calles de nuestras ciudades no son, ni de cerca, ambientes sanos donde nuestros niños y niñas puedan desplazarse y vivir estos tan pregonados valores.
En el afán de proteger a la niñez la hemos vuelto dependiente, confinada y relegada a los espacios domésticos.
Pero estos espacios solo contienen momentáneamente la energía y euforia que la niñez requiere canalizar de forma positiva a través del juego.
Y no es que en casa no pueda jugar, pero el espacio doméstico es tan cotidiano que ya no representa un desafío para las exploraciones de niñas y niños.
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Además hace a la casa potencialmente riesgosa. Niños y niñas estarán buscando la forma de hacer experiencias desafiantes, poniendo en peligro su salud, sus relaciones sociales y su seguridad.
La niñez no es la misma cuando hace uso de los espacios públicos en compañía de adultos horizontales: compañeros de juego o testigos de la maravilla que es jugar en pandillas.
Sí, las pandillas de comportamientos disruptivos y que por eso eventualmente se les otorga una connotación criminal (cuando no hay juego liberador, el resultado explota en conductas amenazantes y la ciudad se vuelve peligrosa).
No es sana la distancia y el aislamiento para la niñez
La emergencia sanitaria vino a imponer el resguardo como una forma elemental de protegerse de la enfermedad y de sus secuelas desconocidas.
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Aun no se encuentra otra mejor forma de cuidarse hasta no estar seguros de crear inmunidad. Esto ha derivado en restringir el uso del espacio público para la niñez.
Pero la niñez requiere que hagamos algo al respecto, reivindicando el encuentro con los otros y gestando relaciones interdependientes que crean la red social y comunitaria que tanto echamos de menos.
Pero para que esto exista, debemos politizarnos lo necesario para hacerle evidente a los administradores del estado: que la niñez requiere las calles, no solo los parques.
Promotora y gestora cultural especialista en pedagogía y cultura para la niñez; fue directora del Museo El Globo en Guadalajara y responsable de la transformación conceptual y física del recinto; es ciclista en tacones y madre todo el tiempo.