Amigas, gracias

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Amigas, gracias

Por: Jade Ramírez. Foto: Redes. Fecha: 17 de abril 2023

Era muy raro verla enojada, triste, sin motivo para hablar, ensimismada o distraída a Alejandra Iraíz.

Muy seguido iba despeinada, mal fajada o con la falda sin bastilla, pero siempre habitaba en ella una sonrisa infinita saboreando el chiste ajeno o con su propia conversación que casi nunca entendíamos.

Esa chiquitita que se cotorreaba a todo el grupo “D” con la más buena vibra. Hoy es el motivo principal para que a 20 años de distancia nos sigamos reuniendo las amigas de la generación 1992-1994 de la secu número 7 para señoritas.

Nos llamaban popularmente las “alka seltzer” por la falda azul cielo, camisa de franjas blanco con azul pero sobre todo, por la efervescencia que nos distinguía.

Nuestra secundaria se peleaba a puño y desgreñe cada que podía con las “perras” las estudiantes de la secundaria número 1, también anacrónicamente separatista.

También porque nos encendíamos a la primera provocación.

Nuestra secundaria estaba en Garibaldi y Contreras Medellín, arriba de la primaria Manuel M. Diéguez; la otra, en la calle General Arteaga y González Ortega, ambas en el centro de Guadalajara.

La memoria que reubica

Por muy cliché que resulte volver a mis trece años de edad, se ha vuelto estos días una bocanada de esencia que me deja pistas sobre mi misma.

También me da algunas otras conclusiones a preguntas difíciles de responder que últimamente me han rondado, pues ha pasado muy rápido la vida de mis 15 años para acá. Sobre todo porque no he parado.

Hace unas semanas logré que la agenda azarosa de una periodista multitask, en la que me he convertido, me permitiera llegar a la reunión con mis amigas de la secundaria.

Son mujeres que me llaman amiga con una naturalidad única, hablo de un amiga que no lleva ningún tono especial o enuncia alguna otra cosa, menos sale a fuerzas o es fingido.

Nos llamamos amiga rodeado de cariño y hábito. Amigas, gracias.

Ellas durante varios años se han frecuentado mucho más que yo, la verdad es que rara vez alcanzo a llegar a las citas.

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Esta última tardeada que se prolongó hasta casi la madrugada, fue tan simple como reveladora porque aunque cada ocasión nos contamos los mismos chistes y repasamos las mismas anécdotas, ahora mis antenas capturaron explicaciones sobre mí, pero entre carcajadas.

Chicas viviendo al día

Lo que nos unía a los trece años en muchos sentidos, era el futuro; forjarse una vida o la incertidumbre de ser chicas con pocas alternativas en el mundo social por la clase que nos atravesaba: o estudiabas-trabajabas o estudiabas-te casabas. No había muchos sueños y aspiraciones en la precariedad.

Eran las únicas opciones que teníamos como chicas en un contexto de pobreza; por eso había que aprobar con callos en las yemas de los dedos los ejercicios de mecanografía o aprender rápido de patrones y el uso de la máquina en el taller de costura. Se trataba de volvernos útiles.

Ninguna era opulenta por más aspiraciones que tuviéramos. Nadie podía derrochar dinero porque éramos del barrio de Santa Tere, La Capilla de Jesús, El Santuario, de la Calzada para allá o colonias aledañas como el caso de mi amiga Loth que vivía hasta San Jacinto poquito antes de la Hermosa Provincia.

Ella, justo otro nodo de conexión importantísimo, con la Jade que ahora habito: las fiestas, El Roxy, sustancias, la menstrua, los ciclos, las píldoras del día siguiente y el psicoanálisis.

Además de reírnos como locas de nosotras mismas en las reuniones, ha aparecido la reflexión o el cuestionamiento en voz alta ¿Por qué éramos así?

¡Defiéndete!

Iraíz entonces contó esta reciente ocasión que fulanita, la había pateado sin motivo en uno de los pasillos traseros de la segunda planta donde se encontraba nuestra escuela. Su pierna sangró y fue una especie de escándalo.

Al parecer yo presencié la escena y de algún rincón de mi ser le dije ¡Defiéndete!

Le insistí que denunciara a nuestra compañera por el sistemático acoso escolar o bullyng de entonces. Eso implicaba ir con la prefecta a quien llamábamos La Pasita, para señalar lo que había pasado y yo la acompañé.

Mientras con risas Iraíz volvía a relatar en la última reunión que tuvimos la escena del bullyng, fui conectando hilos de la madeja llena de nudos que me caracteriza: intuitivamente, sin lecturas previas, sin una introducción a lo que eran mis derechos humanos en 1993, aplicaba la recomendación de ir a denunciar y defenderse aún con el pronóstico de poca esperanza de por medio, pues si pasaría algo era el regaño pero no la justicia.

¿De dónde me viene el apego por defender los derechos humanos? Me he preguntado desde el absurdo en los recientes años, y por absurdo me refiero a ¿Cuál es el sentido de cuestionarme a estas alturas de la vida lo que hago…?

Resulta que me viene no es de una escuela, porque no fui a estudiar o la universidad, es sabido que soy autodidacta de todo lo que digo y hago; tampoco vengo de un trascendente linaje de activistas, pues mi familia es bastante clase mediera domesticada.

Al contrario, me viene del barrio y la intuición de defender la dignidad.

Conciliadora

De las reuniones anteriores lo que recuerdo son las carcajadas y la autoburla, entre muchos tragos porque ¡Ah qué buenas bebedoras somos! Ahora ya lo hacemos en libertad, no ha escondidas como en la secundaria.

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Pero esta noche más reciente que les cuento, también, volvimos a hablar de cuando por ningún argumento sostenible inició en el grupo «D» una ley del hielo contra nuestra amiga Loth.

Ya de pronto nadie le hablaba en la transición de primero a segundo de secundaria. Con temor a iniciar una nueva revuelta entre cuarentonas, me atrevo a asegurar que fue idea de Gina el decreto de no hablarle nunca más a su competencia, la inteligentísima Loth.

Una ocasión, de la nada también, tuve la iniciativa de volverle a hablar y acercarme a ella.

Resulta que esa pequeña acción conciliatoria desarticuló el mandato inexplicable de “nunca más hablarle a Loth” quién además de sagaz para el estudio, era muy cabrona por sostener un buen promedio y a su corta edad, ya trabajar para ayudarle a su madre.

Vestigios del primer feminismo

Escuchar a consciencia cómo nos desenvolvíamos abandonando la niñez, cómo pasaban las relaciones amistosas y amorosas entre nosotras, no solo me hizo reconciliarme con la que muchas veces he llamado la peor época de mi vida, por haber vivido tres años el modelo educativo más aberrante que puede existir, la separación de géneros en la adolescencia.

Es una atrocidad crear modelos de escolarización que dividen los géneros y nombras a unas señoritas y a otros varones.

Hoy soy consciente que si en algún momento recordé con desagrado esa etapa desde una especie de misoginia conducida, es porque los mujerismos –la agrupación de mujeres aspirando al poder para repetir patrones de mando y hacer acoso grupal- nunca me han convencido.

Alguna vez me sentí como la manzana de la discordia por tener que pertenecer solo a un grupito y no poder interactuar con otro.

Odiaba eso y no podía explicarme, entonces, el neofascismo que me impedía interrelacionarme con grandes, con diversidad, con otra gente.

En la secundaria tuve relaciones prohibidas o mal vistas, con dos compas del grupo “E”, Eva y Paola. Dos chicas abiertamente lesbianas que eligieron la bisexualidad por la presión, pero eran transgresoras, lanzadas al reto.

Mi amistad con ellas no era del todo bienvenida por mis amigas del “D”, pero dicho en mi léxico de los 13 años: me valía gorro.  

Libre, libertaria

Desde entonces sentí que lo mío no era pertenecer a un solo grupo, que deseaba experimentar más, probarme en otros roles, en otras conversaciones, en otras locuras.

Con mis amigas entrañables hubo mil aventuras en la calle, en el camión, en jornadas deportivas, en trabajos escolares. Pero con las transgresoras, por ejemplo, me hice la pinta provocando la furia de mi madre no por haber traicionado su confianza, sino porque ir a Dirección la hizo salirse del trabajo exigente que tenía como secretaria particular para sostener a dos niñas, mi hermana y yo.

Esa distracción del ganarse la papa por ir a escuchar que me había hecho la pinta, creo que todavía no me la perdona, pues hace décadas como ahora, sigue siendo inapropiado ser trabajadora y criar al mismo tiempo, intentando conciliar ambas misiones de la manera más complaciente para el mundo, no para nosotras.

Ahora, acomodando cachos de mil historias y entre una especie de agotamiento mental sobre el ecosistema al que pertenezco –llevo 27 años en los medios sin parar-, me doy cuenta que he hecho tanto como he querido, que he realizado tantos proyectos e iniciativas como todas las posibilidades negadas se me han impuesto.

No pertenecer a ningún grupo específico, ser no ahijada de nadie, ni traer la bendición del padrino clave en la universidad, por ejemplo, me ha dado margen de libertad y una larga llanura de complicaciones de las que he aprendido todo.

Si de algo me sirvió la secundaria fue para aprender en la praxis, lo que después leería y analizaría en la cuna anarquista-socialista.

Salmona

Hoy agradezco lo genuino que viví entre mis 13 y 15 años: estar para todas pero ser de nadie. Apegarme a la intuición y no quedarme callada o con las ganas de accionar, reclamar, abrir e incluso cerrar. Dejar la puta falda y vestir solo con pants, no maquillarme en exceso, oír otra música, enamorarme de Radio Universidad y no de Magneto.

Todo eso lo pude vivir gracias a mis amigas, a las compas de la primera adolescencia que me siguen llamando genuinamente <<amiga>> y me respetan.

Amigas con las que ahora podría tener una evidente lejanía político-conceptual del ser, pero que en el momento preciso hace 30 años fueron musgo en el arroyo de la vida, una aula potente para definir quién soy…y ahora me hacen sentir de lo más cómoda y segura, sin ningún decreto político del autocuidado. Qué locura.

A ustedes cholillas, locas, rifadas, inteligentes, creídas, salvajes, simpáticas, noñas y cariñosas: amigas, gracias.

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Soy radialista, periodista autodidacta y defensora de derechos humanos.

Autora de Radiografía de la música callejera en 2001, mi iniciación al paisaje sonoro. Gané la Bienal Internacional de Radio en tres ocasiones: radio-arte, radio indigenista y en mesa de debate. Premio Internacional de Periodismo Rey de España en 2008; finalista en 2007 y 2009 del Premio Fundación Nuevo Periodismo por radiorreportajes sobre violaciones a los derechos humanos atravesados por el eje cultura.

Becaria de la Fundación PRENDE en la universidad Ibero y becaria Connectas. Oficial de Libertad de Expresión en la Red de Periodistas de a Pie de 2015 a 2021.

Soy radialista, periodista autodidacta y defensora de derechos humanos.

Autora de Radiografía de la música callejera en 2001, mi iniciación al paisaje sonoro. Gané la Bienal Internacional de Radio en tres ocasiones: radio-arte, radio indigenista y en mesa de debate. Premio Internacional de Periodismo Rey de España en 2008; finalista en 2007 y 2009 del Premio Fundación Nuevo Periodismo por radiorreportajes sobre violaciones a los derechos humanos atravesados por el eje cultura.

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