Hacer política porque existen o La Otra calle
Por: Jade Ramírez. Foto: OA. Fecha: 11 de noviembre, 2024
Qué linda es ella…yo tengo una hija que se llama Nefertiti y ahora que la miré a ella me acordé de la mía, así sonríe también pero no la puedo ver.
Nefertiti es una política egipcia, me explicó Osiris, el primero en sacarme plática porque viendo a la mía, se acordó de la suya. Nació en Sicilia, vivía en Estados Unidos. Su acento costeño o de palabras acortadas en el aire lo estaba disfrutando.
Cuando se acercó al círculo que van haciendo los habitantes de calle -se reúnen los miércoles a las tres o casi cuatro de la tarde- ya traía unas trenzitas en su cabello teñido de amarillo. Otro varón casi tipo abuelo, lo peinó en la periferia de esa periferia donde se trastocan muchos márgenes en lo que llaman La Otra calle.
Ahí las discordantes éramos mi hija y yo, las que rompíamos con la escena y fuimos ocupas por un par de horas. Buscamos no intimidar ni molestarles. Ese es su espacio.
Y también nuestro pero dejó de ser para todos. A esa hora y día, cada semana, entre el abandono gubernamental, entre que las jardineras están descuidadas, entre que es un paso para migrantes, para dormitar, echar la siesta, estirar los pies y cargar cubetas donde resguardan cosas hay sesiones donde platican, se abordan temas, se toman algo que comparten.
Hacer política porque existen o La Otra calle
Su gran escena es lo que pasa entre la avenida La Calzada Independencia y la avenida Alcalde en acojonados diez metros a los que nadie pone atención porque ya están ahí los habitantes de la calle y, eso, ya es un impedimento tipo peligro para muchos.
Entre que hay abandono y conviene el olvido para seguir despojando, afuera de lo que era el Museo de Arqueología de Occidente a cargo del INAH y la UDG, esas personas que cada vez más nos topamos en la calle llevando su vida, muchos aún les llaman indigentes para evitar decir lo que realmente piensan <<insulto social>>, se están juntando para hacer política cada semana.
A mí me causa poco miedo estar ahí con ellos. ¿Miedo? La policía, las camionetas blancas sin placas, las ratas que parecen conejos, el dengue en esa zona fronteriza de la Guadalajara centro con la Guadalajara oriente. Miedo los judiciales que van a comer por ahí.
Miedo no tener baños limpios ni accesibles por la zona y poco espacio dónde sentarse.
Pronto me doy cuenta lo real de la advertencia de Evanelli: la cita es a las tres pero no usan reloj y sus tiempos son otros. No estoy impaciente. Me permito hacer calle. Ni siquiera hago etnografía como dice la academia, sino gozo estar en un sitio con personas con quienes siento más afinidad e interés de saber todo de ellas, incluso que sepan de mi sin enjuiciarnos para un test de documentación científica.
Estoy ahí entre batos que viven en la calle, se sostienen sabe de qué caridad, pseudoempleo, ayuda humanitaria; hay quienes incluso les he visto en alguna esquina.
Intrusa en su sala
Empiezo a ver su huerto de hierbas medicinales, pienso que les falta sembrar planta de vaporub y me acuerdo que no me traje un puñito de Temaca, del huertito de Alicia Pérez que me sacó de mi afonía hace unos días atrás.
Entre miradas que me cuestionan, ojos cristalinos no por llanto, sin muchas sonrisas y parca bienvenida, pero bienvenida al fin: pásate, ahorita llegan estoy sintiendo otro tipo de calle, una que tenía años de no pisar porque también está negada para mí porque tampoco hay nada ahí.
Llego puntual porque una cita reporteril no puede iniciar tarde, sin importar que la cita llegue o no a tiempo reporteando siempre hay que llegar antes y a veces me pasa lo mismo en lo demás: llego muy holgada a todas las citas.
Estoy ahí porque me invitaron, porque se aprobó que fuera a meter mis narices a ese proceso autogestivo que impulsan Evanelli y Rocco, entre otra traza de aliades, donde han bailado, bordan, charlan, celebran algo importante.
Mi hija, esa que le activó la memoria a Osiris, el chico de pupilas dilatadas, muchísima amabilidad, que nació en Sicilia, pero vivó en Estados Unidos y habla perfecto castellano con acento caribeño, juega juego libre mientras arranca la ceremonia para Daniel.
Escala, trepa, corre, se pone retos físicos y me hace trepar también. Consigo que respondan mis piernas. Voy preparada. Una reportera en tacones logra que le abran la puerta del Congreso del Estado o de la Coparmex, pero periodista en tenis y fachosa como yo, consigue confesiones, abrir corazones, desmontar un perfil prefabricado por los medios y hacer sentir mi genuino interés sobre quienes son nada para todos.
Daniel por el que no hizo nadie nada
Bajan de un auto Evanelli, Rocco y alguien más con vasos para café, cafetera, garrón y un altavoz. Nos saludamos con simpleza y da inicio <<la ceremonia>>. Sin muchos honores a la bandera, sin mayor preámbulo, arranca el juntarse y ocupar.
Se levanta un megáfono ¡Compañeros buenas tardes! ¿Cómo están? Como siempre les pedimos que mientras estamos trabajando no haya alcohol…
Sale de un cuaderno el borrador del mural para dejar plasmada la Furia de Daniel. Esa furia imperceptible en medio del miedo y la sorpresa de estar en cuestión de segundos siendo acosado, golpeado, torturado, por dos policías. La más cruel, una mujer.
Arte sin protocolos
Hacer siendo es estar sin protocolos ni artilugios, gente sin casa, empleo fijo en los márgenes de la marginalidad oficial, con un trazo rápido desde un gis sobre la piedra renegrida sin corte de listón.
¿Quisiéramos que estas jardineras fueran de alguien más y no de ellos? Yo no. Eso significaría barrer y trapear su presencia y existencia. Prohibirla otra vez. Concesionarla o por adjudicación directa cederla a un patrocinador que se vuelve el dueño de un trazo de jardín por lo que deja de ser nuestro <<espacio cívico>>.
Civilidad y empatía, sincronización de quién se es y desde dónde, fue la clase en aula abierta durante el miércoles 30 de octubre corriendo el 2024 en La Otra calle.
Había música de fondo como pretexto ambiental no para disolver un hielo como cuando vas a la inauguración de un eventazo de arte y sacan las copas más finas.
Fue simple y natural cómo ese dragón de gis blanco comenzó a bramar porque no está inmóvil ni asustado o contrariado como el Daniel del video, donde quedó capturado el abuso de poder de una opresora –ardan mujeristas- sobre un hombre cuyo género es tomado como peligro.
A la deteriorada condición física, la desvalija existencia, se suma que es justificable el abuso para ser sometido porque tiene el descaro de sólo estar sentado sin poder articular una palabra por daño neurológico, hambruna, pasón, desorientación.
Un expolicia, el muralista
El Daniel dragón tomó forma porque estaba clara la idea, la estética y los gises. El boceto vino de A* un señor entrado en canas que no se negó a platicar conmigo en cuclillas al borde de una jardinera y me permitió atrapar su palabra en mi libreta.
Sacando la furia de la injusticia y malos tratos. Lo tomo como algo importante para todos nosotros para que se nos respete nuestro derecho que somos como cualquier ciudadano. No soy dibujante pero me he enseñado solo. La seguridad bien y mal porque vivo en la calle y con la policía he tenido problemas su obligación es cuidarnos; adentro de la Policía hay mucha injusticia las claves que tienen los quebrantan aunque no se les paga para eso.
A, empezó a ver que algo estaba pasando cada semana en esa zona no lugar pero no participaba porque es muy vergonzoso, dice.
Cuando le pregunto por La Otra calle me dice a través de ellos me he desplegado un poco, convivo. Siento la confianza en mi con ellos de pedir ayuda. Ocupamos un apoyo de la gente normal, somos anormales y no es malo ser así, y concluye nuestra plática.
Ellos estaban haciendo arte y mi hija apreciaba un acto político bajo el sutil temor de La Otra calle, de la aparición molesta de la policía para cuestionar, joder, lastimar, detener arbitrariamente y cometer cualquier cantidad de violaciones a los derechos humanos en ese instante.
Ser y hacer no requiere permiso
El fantasma de la posible llegada de la policía a cuestionar el derecho a informarse, la libertad de expresión y el derecho a organizarse —pero que se encuadran en el catálogo de sanciones administrativas según el Reglamento de Policía y Buen Gobierno de Guadalajara—, para detrás de una golpiza detener, era real. Pero no pasó.
A lo único que temimos las dos horas que estuvimos ahí mi hija y yo fue a que llegaran los uniformados de azul que operan como grupo delincuencial, no a ninguno de los tipos flacos, decaídos, tímidos, serios, inhibidos quizá, drogados probablemente, sin Smartphone, sin casa, sin redes sociales, sin libros en la cubeta casa, con la que lavan autos, cargan lo suyo, caminan la insolente ciudad que les sigue llamando nadies… o miedo, inseguridad, peligro y, ya refinadamente con tufo, escoria de la sociedad.
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