“A los jornaleros que contratábamos por tres meses les dábamos 150 pesos diarios, las tres comidas (almuerzo, comida y cena), además del hospedaje”
Texto: Jesús Guerrero
Foto: Amapola Periodismo y Salvador Cisneros / Pie de Página
Guerrero.- Doña Cleotilde dice que ella y otras familias de comunidades de la Sierra fueron expulsadas de la región por un grupo armado a quien se negaron a venderle su producción de amapola y marihuana.
Cuenta que hasta antes del 2015, la venta marchaba bien y recibían buen precio por sus producciones de la flor y la hierba. Se las compraba un grupo de personas distinto al que ahora entró a la Sierra y que terminó expulsándolos porque se negaron a venderle.
La mujer, que en realidad no se llama Cleotilde, pero debemos proteger su identidad, recuerda que los habitantes de la Sierra vendían el kilo de goma de opio hasta en 25 mil pesos.
Ella solía sembrar tres hectáreas y producir 20 kilos de goma de opio. De esas ganancias debía salir para comprar los químicos que se utilizan para la elaboración de la goma de opio y el pago a los jornaleros que, en su mayoría, contrataban de municipios pobres de la región Montaña.
“A los jornaleros que contratábamos por tres meses les dábamos 150 pesos diarios, las tres comidas (almuerzo, comida y cena), además del hospedaje”, cuenta Cleotilde.
En lo único que no gastaban, dice, era en la compra del fertilizante, porque ese se los regalaba el gobierno estatal, aunque las autoridades pensaban que este insumo lo utilizaban para la siembra de sus parcelas de maíz.
Desde el gobierno del priísta Rubén Figueroa Alcocer (1993) se implementó el programa de fertilizante que se les entregaba a los campesinos para sus siembras de maíz. Desde 2016, el gobernador Héctor Astudillo les entregó el abono de manera gratuita a los productores y en el 2019, el gobierno federal se hizo cargo de este programa.
Funcionarios de Seguridad Alimentaria Mexicana (Sagalmex) reconocieron que el fertilizante que se les entregaba a los campesinos de la Sierra lo utilizaban para la siembra de amapola y marihuana.
Cleotilde cuenta que a quienes les iba muy bien con la siembra era a los propietarios de las tierras. “Otros (campesinos) rentaban las tierras, pero si lograban vivir bien”, aclara.
En su caso y el de su familia poseían varias hectáreas que sembraban cuando menos dos veces al año; en este mes de julio ella ya estaría recolectando la segunda cosecha.
Cleotilde forma parte de una de las familias expulsadas de su comunidad desde hace varios meses, y añora su vida en la Sierra. “Nadie se peleaba, había un solo grupo que iba a los pueblos a comprarla y la pagaban bien”, cuenta.
Durante el tiempo que permanecieron en la Sierra, ella y su familia se hicieron de algunos bienes materiales, y ahora no tienen nada, porque ese grupo armado que entró a su comunidad “se lo robó todo”.
“Se quedaron hasta con mis huertas de frutos”, agrega y ríe.
Recuerda que las cosas empezaron a cambiar en el 2016, cuando llegó ese nuevo grupo de compradores de sus producciones de amapola y marihuana a la Sierra, porque, además, ocurrieron varios hechos de violencia: balaceras y desaparición de personas.
Después les impusieron el precio de la goma de opio. “Ese nuevo grupo llegaba a tu casa y te exigía que le vendieras tu cosecha al precio que ellos querían”. Las personas que por cuenta propia vendía su producción, dice, eran golpeadas por ellos o a veces los desaparecían.
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