Los imanes de la brújula y la cultura de la cancelación
Por: Jade Ramírez. Foto: Marco von Borstel. Fecha: 17 de febrero, 2025
Uno de los instantes definitorios en mi vida que superé gracias al llanto, la ira e incontables momentos recriminándome hasta perdonarme de que no fue culpa mía, lo acabo de usar como caja de herramientas el mero día de San Valentín.
Fue un encierro de tres mujeres en mi contra cuando tenía 18 años -ellas diez más que yo-, para cuestionar ¿Porqué le gustas tanto a mi ex pareja?
Eso que me pasó fue lo que hoy se llama cultura de la cancelación y tanto se le da vueltas en redes sociales. Yo no tenía idea entonces y lo he ido procesando.
El viernes tuve que abrir esa vivencia mientras escuchaba toda confusa a una nueva amiga que atraviesa, literal, un episodio de rechazo y cancelación.
El punto por el que abordo esto es porque no son asuntos privados, sino una Y griega crítica.
En aquel juicio sumario al que fui sometida tuve que elegir entre culparme de lo que no hice o abandonar mi vocación.
Ya ven ustedes: no renuncié ni me culpé, sobreviví y una dignidad reformulada me llevó a acuerpar a otra compañera en la misma situación.
Nos refugiamos en Ortográfika. Ahí me llevé refugiada a mi amiga a pensar en voz alta cómo afrontar la cancelación de la que es sujeta en estos momentos.
Alrededor teníamos parejas desbordadas de romanticismo con pétalos de rosa en el piso y un violinista amenizando su día del Amor y la Amistad.
Esa postal era shock: las nuevas generaciones siguen venerando el mismo malestar de la mercantilización del sentir más que un bienestar interno.
Antisistemas reproduciendo violencias
La cosa es que en lugar de estar echando trago o devorándome un libro en las únicas tres horas libres que tengo por semana, de mi misión de madre, la vida me llevó a entender una cancelación llena de inconsistencias políticas.
El emperramiento no radicaba en la sorpresa de la confusión que enfrenta mi amiga; sé que hay miles de historias similares en oficinas, escuelas o familias donde impera el patriarcado.
El ser la apestada, la no bienvenida, la que debe irse y reformular quién qué hace, se presenta dentro de una comunidad feminista y antisistema.
Se trata de un amplio círculo que combate el patriarcado, ese molde que rompemos según el sexo asignado, la clase, edad, raza y poderío.
Los juicios sumarios o la cultura de la cancelación, es una herencia de la Santa Inquisición.
Sabemos bien que a las niñas y mujeres –principalmente- se les llevaba a la hoguera para quemarlas vivas por el simple hecho de transpirar vida.
Sin derecho a la defensa
No importaba su palabra o lo que tuvieran que decir, sentir o mucho menos su legítima defensa.
El tribunal religioso con inverosímil indagatoria, a cargo de hombres con jerarquía, determinaba quiénes eran malignas en su ser y hacer.
Al decidirlo, seguía verlas arder en público sobre todo, para sembrar temor y dar lecciones públicas por si alguien más se atrevía a solo ser.
Debo advertir que este es un artículo de deshago para provocar la conversa. No voy a disertar a partir de cierta o tal autora.
Me basta acomodar los hechos recientes, revisar el crisol de emociones en quien lleva un exilio impuesto más las acciones de la promotora de la cancelación, ver que hay un desafío: unir el discurso con el hacer.
A esto se suma el papelón que hemos atravesado otras personas cercanas a la confusión, donde nos toca hacernos cargo de la jodida labor de levantar los vidrios rotos del cristalazo.
Desbordamiento emocional adulto
En la película Akelarre estrenada en 2020, una de las escenas imposibles de justificar se centra al menos para mi, en el juzgamiento y la tortura.
Sacerdotes y jerarcas diseccionaban actos y cuerpos como malignidad pura.
Para ellos, que niñas campesinas y adolescentes se quedaran solas mientras los hombres se iban de piratas, las hacía brujas.
Ir al bosque, cantar, bailar, tejer y jugar, resolvía la Santa Inquisición sin más ni más, se trataba de brujas al servicio del diablo. Debían ser extinguidas, erradicadas, combatidas. Canceladas.
Hoy no estamos enfrentando la quema masiva de mujeres, sino el alza de feminicidios: la máxima expresión machista donde a veces es entre pares.
También, la violencia vicaria ejercida igual entre pares adultos, pero instrumentalizada en la niñez y adolescentes convertidos en moneda de cambio.
Su valor radica en cuánto puede resistir una cría durante la disputa legal. Una vez que se le desaparece o asesina, se acabó la historia del simple divorcio. Ya no hay objeto de venganza.
Regresando a mi amiga, claro que no la van a quemar viva pero igual me resulta preocupante la cultura de la cancelación y prohibición en su contra.
Sobre todo porque deriva en cesar relaciones o evitar contacto con quién no cometió delito o violación a los derechos humanos.
Cuidados y poner límites
Bajo la rollo de cuidar -ahí el reto comunitario- según la potencia de las personas, a una se le cuida y a otra se le niega el seguir en un proceso creativo.
Pero ¿Qué se cuida? me pregunto en este Los imanes de la brújula y la cultura de la cancelación.
Es imposible no sentir furia cuando nos remueve una herida de otro origen pues somos carnes sintientes.
Pero inhabilitar y quemar en redes o espacios, requiere intervención colectiva.
Si alguien está en desbordamiento (berrinche), toca alejarse de lo que nombra su herida, pero no implica que otra persona debe quedarse en los márgenes de un mismo círculo.
Mucho menos sin derecho a la escucha y autodefensa sobre lo que ni siquiera sabemos está entendiendo. Y ahí el recurso de la mediación de conflictos.
Considero es lo mejor que puedo recomendar; lo que puesto en práctica en otras colectivas y situaciones.
Décadas llevamos promoviendo métodos pedagógicos desde el gran concepto de educación libre, donde la niñez se fomenta en condiciones de libertad, juego, gozo y autogestión de las emociones.
Años apostando porque la frustración y el dolor tras generar un trauma, devengan en una manera de darse estabilidad psicoemocional. Libres para ser felices en plenitud, se dice.
Aun así, cuando llegamos a la vida adulta es normal que al nene le pongamos límites o marcos de seguridad y esfumar los desbordamientos en público o privado.
Sí, no le negamos el natural derecho a expresarse con llanto y gritos hasta entenderse en voz alta su acongojo.
Nos decimos: está bien que acumule frustraciones y sepa cómo defenderse de la ofensiva adulta, pero resulta simpático que, entre la clase adulta, a la amiga enrolada en una severa confusión mezclada con tristeza le permitamos emprenda cualquier tipo de acción vengativa.
Es cómico cómo en la clase adulta escuchamos pero evitamos confrontar y ni hablemos de poner límites políticos. Como ya es adulta la gente – asumimos- tiene línea de crédito abierto para tensar o estirar la situación que alcanza más vidas y proyectos.
Mediar y reeducación
Cuando hablo de confrontación me refiero a tener una conversación dura, clara y analítica, pero cariñosa, cuando surgen broncas en un ámbito privado y ese salpica amistades o colaboraciones de más largo aliento.
La mediación pacífica y no judicializable donde el famoso <<lo personal es político>>, me ha resultado.
En casos donde no existen delitos de por medio, he emprendido un mecanismo lúdico, fácil y de enormes aprendizajes en situaciones donde vuelan ollas y sartenes, discurren violentos mensajes de whatsapp o hasta se excluye a personas de ámbitos comunes, porque nadie le quiera entrar a aplicar herramientas de escucha activa y resolución con conflictos.
En años pasados tuve la oportunidad de ser mediadora en procesos conflictuados: una escuela de idiomas, una colectiva pro aborto y una editorial independiente. Sí se puede.
Y de no hacerlo, advierto, lo que fomentamos dentro de espacios compartidos es permitir que una chava quien apenas se abre caminos -poniendo al servicio de otredades sus habilidades, sensibilidad y creación-, se le cerque por haberse convertido en la nueva inspiración de un compa, además, sin haberlo orquestado.
Y ni qué mencionar de que al compa movido por una nueva inspiración –lo descubren violando su intimidad-, se le arma un drama pero no se le cerca o excluye como a ella.
Evitar injusticias. La cancelación es una de ellas.
No, no estoy proponiendo una cultura de la cancelación igualitaria y que ambas personas queden podridas.
Estoy diciendo que sigue viéndose normal el juicio sumario y la belicosidad por heridas inmateriales entre personas en convivencia.
Ivan Illich no habla solo de la relación humana frente a la maquinaria en el clásico La Convivencialidad, publicado en 1978; también de quiénes forman parte de la crisis: las personas.
De la convivencia sana me brinco a conectar y defender el poliamor no como un escenario único y definitivo en que se gozan las personas en relaciones sexoafectivas, sino como una posibilidad de reconocer la funcionalidad de los imanes en la brújula donde los polos se atraen hasta descifrar un hallazgo.
Si nos resistimos a reconocer la belleza de nuestra especie en el sentido de la multiplicidad de cualidades que se cruzan entre personas conviviendo, creando, forjando resistencias, según el tiempo, forma, espacio y constancia, estamos cimentando el dictado mercantilista de la exclusividad.
Somos imanes
La brújula no nos dice lo mismo siempre. Dependiendo de dónde estamos paradas y cuáles son nuestras búsquedas, ese maravilloso mecanismo manual basado en la atracción de polos opuestos nos da una coordenada nueva.
Se suma el ¿A dónde carambas queremos caminar? y con quienes.
No pretendo abrir el debate de si está sobrevalorado el poliamor o al revés la monogamia. Eso no es materia de mi asombro estos días.
Lo que traigo entre ceja y ceja es cómo estamos perdiendo la habilidad de inspeccionarnos adentro, antes de ir hacia afuera a plantear discursos que nos mejoran como comunes pero estamos rompemos por el duelo y la falta de límites.
Hace 27 años tres adultas al encerrarme en una oficina de Radio Universidad de Guadalajara para cuestionarme por qué le gustaba tanto a la ex pareja de una de ellas -además de violentarme- me dieron una sentencia: irme y dejar lo que le estaba dando sentido a mi vida.
Tenía 18 años y estaba intentando convencer a mi madre de que sí estaba lista para elegir un rumbo-oficio que eclipsaba mi corazón.
Obedecer su mandato en esa y griega me habría llevado a cualquier otro lugar lejos de lo que hoy soy.
Estaría vacía, con frustraciones, muchos hijos, dolores y probablemente enferma o muerta. No estaría escribiéndoles aquí con toda libertad.
Derecho a defenderse con ternura
Sobreviví agazapada bajo el cobijo de unos machos que salieron a defenderme; recobrar mi autonomía en todos los sentidos me costó muchísimo.
No fue nada tierno lo que viví. El estigma de ser la <<quita maridos>> que ni lo era, me costó años de cuidarme para no lastimar a otras. Y me lastimé mucho.
Te sugerimos leer la nota: 4 años de sembrar otra práctica, Psicólogas Feministas.
La ex pareja de aquella insegura, arbitraria, insípida e impresentable adulta -con mucha más capacidad para materializar un daño moral en mi contra- y yo, vaya decirlo, nos hemos gozado de mil formas desde entonces.
En su momento a él no se le tocó ni con el pétalo de una rosa. No fue juzgado su sentir. El varón intocable.
Si algo me ha mostrado el feminismo es que la radicalidad proviene de decir en voz alta claramente: cuidemos no reproducir los mandatos que combatimos.
También que el cuidado significa hablar, no fomentar el silencio cómplice e incluso abrir la conversa con quien creemos es el detonante de nuestra crisis personal.
La cancelación de personas –no así de sistemas- además de ser infértil, nos lleva a convertirnos en lo que rechazamos.
En recientes semanas hemos visto en Guadalajara disputas de proyectos político-creativos como francotiradores a destajo. Algo nos está impactando de la crisis global y urge hablarlo e ir a psicoterapia.
Si una semilla germina en muchas ramificaciones y una de esas no tiene que ver con nosotras, toca aprender a respetarla, preservarla y diferenciar cuándo los imanes de la brújula nos dicen: camina, muévete, que tu sendero ya es otro.

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Soy radialista, periodista autodidacta y defensora de derechos humanos.
Autora de Radiografía de la música callejera en 2001, mi iniciación al paisaje sonoro. Gané la Bienal Internacional de Radio en tres ocasiones: radio-arte, radio indigenista y en mesa de debate. Premio Internacional de Periodismo Rey de España en 2008; finalista en 2007 y 2009 del Premio Fundación Nuevo Periodismo por radiorreportajes sobre violaciones a los derechos humanos atravesados por el eje cultura.
Becaria de la Fundación PRENDE en la universidad Ibero y becaria Connectas. Oficial de Libertad de Expresión en la Red de Periodistas de a Pie de 2015 a 2021.
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